Se lo suele llamar “el
pánico frente a la hoja en blanco” y es una sensación generalmente
experimentada por escritores y periodistas. Lo contradictorio es sentirlo
cuando ningún tipo de tarea conlleva la obligación de tener que escribir algo.
Pero obligación es
diferente de necesidad, y entonces de pronto deja de sentirse como pánico, y se
convierte en el esfuerzo que significa plasmar en palabras esas millones de ideas
flotantes que pasean en uno durante el día. ¿Necesidad de qué? Necesidad es
comer, es hacer pis, es abrigarse cuando hace frío. Expresarse también es una
necesidad y esta contradictoria vida nos ofrece infinitas posibilidades para
satisfacerla.
Lo maravilloso de
estas contradicciones constantes es que nunca dejan de sorprendernos. Entonces
llega ese momento en el que un cóctel de pensamientos y sentimientos bien
sacudidos hace ruido adentro, y de pronto PUM. Afuera.
La manera en que son
expulsados queda a gusto propio del agente ejecutor de la acción. Las hay clásicas,
como ésta, que solo utilizó “lápiz y papel”. Las hay físicas, musicales,
deportivas, verbales y hasta solo gestuales. Las mejores son las inesperadas,
las espontáneas: las que sorprenden a su protagonista y a su alrededor cuando
salen a la luz. En su gran mayoría están impresas en el cuerpo: el cuerpo
habla, grita, exclama y calla todo el tiempo aquellos minúsculos (o enormes) e
infinitos conceptos que se entrecruzan y se resignifican uno al otro,
construyendo un único sentido cuyo tiempo y espacio son irrepetibles.
Personalmente intento
encontrar qué sentido le estoy dando a estas líneas, y dentro de la coctelera
el licuado es difícil de definir. Las ideas se contradicen y se complementan,
se vuelven causa y consecuencia del accionar de cada día y provocan los más
variados sentires. Pero de algo no hay duda, y es que cada formulación que
junta esas ideas que tenemos adentro, que vemos en la calle, que escuchamos
decir, que soñamos o imaginamos, forman un aprendizaje diario y eterno. Bendito
aprendizaje.
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